Introducción: la octava del “temperamento”.
El arte de la afinación de pianos es perfectamente comparable al arte de su ejecución o interpretación. Similarmente a lo que ocurre con la “técnica” pianística, en la que convergen aspectos neurofisiológicos, emocionales, espirituales, físicos y mecánicos, en el arte de la afinación también se combinan maravillosamente y en forma única lo técnico, lo mecánico y, fundamentalmente, lo artístico.
En ambos casos el perfeccionamiento también es constante y continúa desarrollándose a través de los años, y en las dos áreas no existe nigún límite o estadio final en el que se pueda asegurar que se ha llegado al punto más alto.
Como escribió una vez Robert Schumann, “el estudio no tiene fin”. Tan cierto en el estudio de la música y la interpretación como indudablemente en la afinación.
Claramente y desde un punto de vista artesanal, la afinación de un piano consiste en tres fases, etapas o niveles, desde el más matemático o mecánico al más artístico y subjetivo, en el que el talento del afinador se expresa en el nivel más elevado.
En la primera etapa, el afinador trabaja en la octava central del piano (del Fa3 al Fa4), también llamada “temperamento”. Si bien esta primera fase requiere de un largo entrenamiento y constante práctica hasta que se pueda lograr un temperamento satisfactorio (porque de él depende el resto de la afinación), hay un indudable componente mecánico o matemático, más relevante que el artístico (que por supuesto también está presente). Esto es así porque el afinador trabaja en esta octava central con el cálculo de los batidos o pulsaciones de las ondas sonoras en los distintos intervalos de prueba. Estos batidos responden a un patrón convencional: a medida que se asciende con los distintos intervalos, se aceleran los batidos de acuerdo con una relación matemática bastante predecible.
Fase 2: las octavas.
Una vez que el afinador ha terminado de obtener el mejor temperamento posible, pasa a la segunda fase: las octavas.
En este momento es necesario aclarar que a partir de la afinación de la octava o temperamento central, las siguientes dos fases (las octavas y los unísonos) pueden seguir distinto orden o prioridad, según la técnica que haya desarrollado cada afinador en particular.
En la mayoría de las técnicas “tradicionales”, el afinador ajusta sólo las cuerdas centrales de la sección central del temperamento, y luego trabaja con el resto de las cuerdas centrales (obviamente en los registros en donde hay tres cuerdas por nota), para luego afinar los unísonos en forma independiente para cada nota.
Sin embargo, por algunas razones que se comentan más adelante, existen cuestiones acústicas demasiado relevantes como para no desarrollar otras técnicas en el orden de los pasos de la afinación.
De todas maneras, se mencionan aquí las tres fases de la afinación de manera independiente, con el sólo objeto de describirlas más clara y didácticamente.
En la segunda etapa, se afinan las octavas fuera del temperamento central hacia el registro agudo y luego (una vez más, en el enfoque tradicional) hacia el registro grave. La octava es el único intervalo que debe afinarse sin batidos, aunque como también se comenta más adelante, esto puede modificarse levemente para obtener un mejor resultado sin generar problemas.
Aquí aparece el fenómeno del “estiramiento” de las octavas, uno de los temas más ignorados o incomprendidos en relación a la afinación, fundamentalmente entre los pianistas. Tampoco abundan textos o material informativo en el que pueda hallarse una explicación clara y sencilla de esta cuestión, ya que la bibliografía en general está pensada para el técnico o afinador, y el nivel de dificultad o abstracción de estos textos no permite que aquella persona que no posee conocimientos técnicos pueda entender su complejidad.
Cuando se afinan las octavas, lo que en realidad se hace es ajustar el primer armónico de la nota superior de la octava con el segundo armónico de la nota inferior.
Aquí conviene aclarar que en realidad el tema es más complejo, porque lo que en realidad sucede es que el afinador “acomoda” el sonido resultante de todo el espectro acústico de una nota con todo el espectro acústico de la otra, lo que obviamente incluye la totalidad de los armónicos audibles, y esto sólo es posible en la afinación aural, que es la única técnica de afinación que reproduce exactamente la manera en la que nuestro cerebro procesa los sonidos.
La mayoría de los sistemas o programas de afinación digital o electrónica, si bien constituyen una invalorable ayuda, no permiten lograr una afinación “real”. Esto sucede porque si bien estos programas pueden detectar los distintos armónicos para ajustarlos con los mismos armónicos de otra nota, en realidad no es así que nuestro oído escucha. El oído humano escucha el espectro armónico total de una nota (lo que además define su timbre), de manera que sólo se puede obtener el mejor resultado posible afinando de manera aural, o al menos comprobando con el oído la afinación electrónicamente asistida.
Al afinar las octavas hacia el registro agudo fuera de la octava central del temperamento, el técnico “estira” la nota superior hacia “arriba” dejándola levemente más aguda de lo que teóricamente debería ser, por el simple hecho de que el segundo armónico de la nota inferior está sutilmente desviado hacia arriba, en virtud del fenómeno acústico denominado “inarmonía”.
La inarmonía es justamente el desvío en intensidad o frecuencia de los armónicos teóricos, que entonces toman también el nombre de “parciales”, justamente por no responder exactamente a la frecuencia teórica (es también de la inarmonía que depende el timbre de los instrumentos).
En el piano, el acero de alta calidad con el que se fabrican las cuerdas tiene un bajo coeficiente de vibración, por tratarse de un material “duro” o “rígido”. Sin embargo, la combinación del pequeño diámetro de una cuerda en relación a su gran extensión indudablemente eleva dicho coeficiente de vibración. Como resultado de la resistencia interna del acero a la vibración a la que éste es obligado a ceder por el impacto del martillo, surge el fenómeno de la inarmonía. En el caso de las cuerdas del piano, el primer armónico es el teóricamente “correcto” (porque fue el afinador el que lo trabajó), y todos los demás armónicos están en mayor o menor medida desviados hacia arriba.
A modo de ejemplo, y según se desprende de mediciones hechas con equipos electrónicos, en el Steinway “D”, modelo de gran cola de 9 pies (2,70 m.), el segundo armónico del LA=440, que teóricamente debería ser de 880 Hz, es en realidad de 881,014 Hz.
La inarmonía varía de un piano a otro según el tamaño de las cuerdas, porque cuanto más corta es una cuerda mayor es su inarmonía, ya que mayor es su resistencia a la vibración. En un Mason & Hamlin “A”, el modelo de cola más chico, una medición del segundo armónico del LA=440 dio como resultado 881,095 Hz.
También es importante aclarar que en la zona central de los pianos, en donde se trabaja la primera etapa del temperamento, la inarmonía es casi nula, lo que facilita la afinación de esta zona crucial para el resto del piano.
Otro punto digno de mención (si bien está ya fuera del objeto del presente artículo) es que al afinar las octavas hacia el registro grave las notas quedan estiradas “hacia abajo”, o sea, más graves que la frecuencia teórica.
En realidad, en un piano correctamente “afinado” lo que se ha hecho fue atemperar todo su registro.